El fenómeno de convivencia entre formas y discursos autoritarios, como el sexismo, y formas y discursos propios de los regímenes democráticos es claramente observable desde la transición hasta hoy, donde en cada disputa política que debió dirimirse desde códigos democráticos, los políticos y políticas acudieron reiteradamente al uso de discursos autoritarios y reduccionistas del debate político, entre ellos las representaciones tradicionales del ser hombres o mujeres, y con ello han debilitado la calidad democrática de la vida pública española, por más que resulte vergonzoso reconocerlo.
En una sociedad marcada por el sexismo durante siglos, nada nos extraña que en el lenguaje se hayan ido acumulando, en nuestra lengua como en las demás, en los espacios analizados y en otros a los que no podemos aludir ahora, rasgos lingüísticos derivados de tal situación, fruto de estereotipos.
Los recientes esfuerzos institucionales correctores no siempre son bien admitidos por todas las personas usuarias, que tienden mayoritariamente, en cuestiones lingüísticas, al inmovilismo conservador.
El sexismo y el androcentrismo que ocultan o invisibilizan (o maltratan) a las mujeres en la lengua, son las dos maneras principales en que se concreta en la lengua este mismo continuum discriminador y subordinador. Estos sesgos son la concreción en la lengua de las mismas discriminaciones y subordinaciones que se tratan en mayor o menor grado, desde una u otra óptica en cada uno de los bloques que componen este material.
Del Taller de Comunicación No Sexista del Proyecto DeSgenerad@s. Más información pulsnado AQUÍ.
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